'Es estudiante de Comunicación y Periodismo en la UNAM.
Cuenta con facilidad para la locución, maneja una buena ortografía, es hábil con las redes sociales (especialmente Instagram y Tiktok) y tiene gusto por la fotografía artística y documental.
Guionista, productora,
voz administradora web de Radiograma.
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CIMARRÓN 000
Silvestre como siempre


PERDÍ MI CELULAR
Crónicas de un paria

Por El Huidos Nel – 16 diciembre, 2019
Me acuerdo que compré mi celular en las vacaciones de verano de 2018. Me acuerdo que lo necesitaba para recibir tareas, mandar archivos, subir historias a Instagram, revisar Facebook y tener WhatsApp, tan necesario en estos tiempos. Me acuerdo que me fue funcional para determinados quehaceres dentro de internet. Recuerdo haber leído notas, crónicas y reportajes, entrevistas, leer poesía, ver porno, bajar imágenes, y escuchar música como ver videos. Era un dispositivo casi mágico. Elegante y sin adornos. No sé cuántas horas estuve viendo Mad Men en aquella pantalla. No sé cuántas veces reproduje en Spotify el disco Sticky Finger de Los Rolling Stones, no sé cuántas veces lloré escuchando su canción: Wild Horses y cuántas veces me sentí tan libre oyendo I Got The Blues.
Pero todo tiene un fin, y el fin de mi dispositivo pasó a mejores manos (al menos eso espero).
Recuerdo como fue…
Es el último día de clases y mis amigos y yo nos disponemos a rockiar por una pulcata (por supuesto llevo mi celular, llaves y efectivo), son las dos de la tarde y ya estamos remojando la muela. Yo omito el pulque por el hecho de tener la necesidad de cagar y no tener dónde. En realidad, el lugar tiene baño, pero siempre me gusta realizar ese acto en mi casa. Le entro macizo a la caguama, el efectivo no es mucho, pero entre todos podemos comprar más, además de que la embriaguez siempre llega más rápido en compañía que solo, y hoy somos suficientes.
Javier Solís suena por la rockola, el ambiente es íntimo y todo apunta a una borrachera memorable. Desde el primer sorbo de cerveza no pienso ni planeo nada. Eso sólo significa que esto puede acabar en unas pocas horas o hasta mañana. Decido tomar directo del envase, mis amigos más consientes piden vasos. Cuando uno abre una cerveza y le da un sorbo grande desde la botella la cuenta se pierde y el caos comienza. Así trascurrieron unas cinco horas. Una amiga se nos une durante ese tiempo. La fiesta se torna más dinámica.
Para las siete de la noche, las risas, la plática, el pulque y las cervezas van como tren sin freno. La barriga solo contiene un plato de verduras cocidas al vapor y dos cafés. Esto hace que Dionisio toqué la puerta de mi cabeza y suba los pies en la mesa. La borrachera ya es un hecho. Las palabras fungen como testigos que entretejen esta historia. Los sujetos que beben en otras mesas son clientes frecuentes, se les nota. La baraja, el dominó y las charlas con el dueño de la pulquería lo evidencia. Nosotros lo único que deseamos es detener el tiempo e inmortalizarlo. Después de un rato más pierdo la cuenta y los sorbos siguen remojando mis labios. Una amiga decide retirarse, la primera consiente o cobarde, depende de cómo se quiera ver. Ahora sólo somos tres. Decidimos fumar un cigarrillo, pero eso solo se puede hacer fuera del establecimiento. Afuera no se ve tan seguro. Los del barrio parecen buitres al acecho. Pero esto no lo aseguro, quizá solo sean teporochitos esperando su día de suerte. Por si son peras o manzanas decidimos tomar una última chela y marcharnos. Ya para entonces son como las nueve pm. La noche se había vestido de negro.
Decidimos retirarnos y continuar la aventura por el rumbo de mi casa. Mi otra amiga se marcha. Solo quedamos mi fiel amigo y yo.
El celular nunca se me pasó por la cabeza. No sé si lo extravié en el metro, en la pulcata, en el puesto de tacos o en casa de mi vecino que nos ofreció más cervezas. Lo único que recuerdo es que hablamos y hablamos de música, periodismo, literatura y seguramente banalidades.
Al otro día amanecí con una tremenda resaca de esas que no puedes ni beber un poco de agua porque es devuelta por el estómago.
Es ahí que lo primero que pensé fue “Mi celular”, lo busqué y busqué y no lo encontré. Hice memoria, pero fue imposible. Seguramente está en mejores manos.
Recordé al teórico de la comunicación Marshall McLuhan: “El mito griego de Narciso atañe directamente a un hecho de la experiencia humana, como indica la palabra Narciso. El joven Narciso confundió su reflejo en el agua con otra persona. Esta extensión suya insensibilizó sus percepciones hasta que se convirtió en el servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida. La ninfa Eco intentó cautivar su amor con fragmentos de sus propias palabras, pero fue en vano. Estaba entumecido. Se había adaptado a su extensión de sí mismo y se había convertido en un sistema cerrado”. Con esta idea McLuhan menciona que toda tecnología es una extensión de nosotros mismos, tanto física como mental. El teléfono o las computadoras son una extensión del cerebro y del sistema nervioso central. Formamos nuestras herramientas y luego ellas nos conforman. “cualquier invento o tecnología es una extensión o autoamputación del cuerpo físico, y, como tal extensión, requiere además nuevas relaciones o equilibrios entre los demás extensiones o equilibrios entre los demás órganos y extensiones del cuerpo (…). Como extensión y acelerador de la vida sensorial, cualquier medio afecta en seguida el campo entero de los sentidos”
Es decir que nuestro teléfono codifica, almacena y organiza datos, al igual que nuestro cerebro. Perderlo fue como amputar una parte de la memoria que sólo contenía ese dispositivo; fotos y escritos. Ahora con la nube no es tan definitivo puesto que se guardan datos e información en ella, pero una parte inminentemente se fue al vacío, jamás la podré recuperar.
Así que sonrió y tras un sorbo de cerveza la memoria parece tan viva que no necesito ese teléfono. Ya no estoy entumecido ni soy un sistema cerrado, al menos; hasta que tenga un nuevo celular.