'Es estudiante de Comunicación y Periodismo en la UNAM.
Cuenta con facilidad para la locución, maneja una buena ortografía, es hábil con las redes sociales (especialmente Instagram y Tiktok) y tiene gusto por la fotografía artística y documental.
Guionista, productora,
voz administradora web de Radiograma.
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CIMARRÓN 000
Silvestre como siempre


LA MEADA MÁS CARA DE MI VIDA
Crónicas de un Paria

Por El Huidos Nel 19/05/2021 20:45
Mientras escribo esto, escucho Eso es Correcto Señor de Juan Cirerol, me sirvo un trago de vodka y comienzo a recrear los hechos en mi mente, de lo que ocurrió aquella tarde del sábado 24 y madrugada del domingo 25 de abril.
Metro. Sobrina. Calor. Dinero. Compras. Perfume. Medicinas. Libro. Fiesta. Frenesí. Conexión. Cervezas. Compañerismo. Bohemia. Plática. Ebriedad. Irresponsabilidad. Taxi. Celular. Perfume. Robo. Policías. Falta administrativa; orinar en vía pública. Todos estos elementos se entremezclaron para dar paso a los sucesos que acontecieron aquel día. Excelente e indignante al mismo tiempo.
Durante toda esta horrible pandemia sólo había salido en una ocasión, en octubre, a la CDMX. El pasado abril decidí salir nuevamente, viendo que los números de contagió habían disminuido y además porque ya tenía unas ganas tremendas de caminar por las calles de la ciudad. El objetivo real era comprar un perfume y unas medicinas para mi madre en la Farmacia La Mexicana que se encuentra en 3ª Calle del Carmen. No es anuncio. Pero la neta los precios son más bajos que en la mayoría de farmacias.
Mi sobrina y yo nos alistamos y nos pusimos en marcha hacia la gran Tenochtitlan. El día era caluroso, el metro estaba como si no hubiera pandemia. Los transeúntes eran bastos y la farmacia tenía una fila con espera de diez minutos para entrar. Al llegar al Zócalo, esperamos al amigo de Jazmín; llamado Alexis, el cual, justo en ese momento, me enteré que nos acompañaría. Ahí me di cuenta que no únicamente acudiríamos por las compras, sino iríamos por unas cervezas. No tuve ningún inconveniente, pues el tiempo era agradable. Calor, meses sin ver la bella ciudad, y dinero en los bolsillos, ¡carambolas! que nos detenía.
Después de comprar el perfume y las medicinas decidimos ir a Regina, por la basta cantidad de bares de la calle. En camino, a nuestro encuentro con Baco, compré el libro de Carlos Velázquez más reciente: 'Despachador de Pollo Frito'.
Acudimos a una cervecería en una calle aledaña a Regina. Ese lugar lo recuerdo por una cita que tuve con una bella chica con mejillas de fresa y ojos de sol. Era el lugar idóneo para compartir un agradable momento con Jazz y su amigo.
El tiempo se consumió entre pláticas y sorbos de cerveza. Riéndonos y contando nimiedades de cada uno.
Terminando las dos caguamas, si mal no recuerdo, acudimos a otro lugar escondido y recomendado por Alexis. El lugar era con atmósfera de las películas de Tarantino, en donde platican y tienen estancias prolongada.
Después de un rato acordamos ir a la Hostería La Bota, que se encuentra justo enfrente o a un costado, depende de la perspectiva, del Claustro de Sor Juana. Como de costumbre estaba lleno el lugar. Mientras esperábamos fuimos a lado, a tomar una cerveza. Al terminar nuestra birra otra vez intentamos entrar, pero lleno nuevamente. Entonces caminamos por la calle San Jerónimo y entramos a un bar que es una casa y el cual está adaptado para ser un bar. Ahí bebimos más cerveza. El frenesí ya estaba en nuestras cabezas. El espacio era reducido para la cantidad de parroquianos que encontraban allí. El Covid, supongo, ahí no importa al calor de la embriaguez. Irresponsable sí, arriesgado también. Ilegal, creo que sí.
Terminamos nuestros tragos y otra vez intentamos ir a la Bota. Otra vez estaba hasta el tope, ahí si respetan los espacios y gente que entra. Una mujer de 38 años nos miró, estaba sentada en una mesa para cuatro y nos invitó a sentarnos con ella. Tenía, según mi perspectiva, un bello rostro, y un cuerpo de lo que llaman gordi-buena. Pero a esas alturas ya estaba borracho y mis ojos me pudieron haber mentido. No lo sé.
Los meseros nos comentaron que eso estaba no permitido, pero el “influyente” amigo de mi sobrina entró y habló con alguien y nos dieron luz verde. Nos sentamos con ella y pedimos cervezas. Comenzamos a platicar y todo fluyó de manera agradable. Los debates se intensificaron en cuanto a los egos y hablar de uno mismo, en mayor y menor medida dependiendo de los participantes. Alexis hablaba y hablaba de él como si no hubiera otro tema. Eso me aburrió. Jazmín cuestionaba la edad; la juventud sobre la experiencia. Evidentemente la morra de 38 años tenía colmillo y se le notaba. Respondía con tranquilidad y un tanto presunciosa de su edad. A esas alturas todos teníamos algo de presunción entre nuestros labios. El alcohol nos hace sentir, en ocasiones, que podemos o sabemos todo, pero somos humanos y la cagamos más que el Cruz Azul.
Así es que Alexis se ofendió por algo, o al menos eso me pareció, y se marchó. Quedábamos La morra de 38 años, que no recuerdo su nombre, mi sobrina Jazmín y yo. La mujer externa invitó dos rondas más y en un momento ella y yo nos comenzamos a besar. Fue algo extraño y contradictorio. Pues de que vale que me cuide de no salir y a la menor provocación me beso con desconocidas. Me sentí como tonto, pero me gustaron sus labios. La verdad besaba bien. Me dio su número y acordamos salir después. Seguro hubiéramos hecho sonrojar al cielo. Ella tenía novio, al menos eso nos comentó, pero ya entre el calor de las copas, creo que no lo recordó. Yo sí. Le dije que ella era una mujer prohibida. Pero ella me continuó besando. Yo por supuesto era como cuchillo en mantequilla. Sin problemas de entrar. Intercambiamos números y Jazmín y yo la acompañas a los taxis.
Le dije a mi sobrina otras y ella dijo que obvio, o no si fue al revés, pero de lo que si estoy seguro es que fuimos a otro bar. Ahí conocimos gente muy agradable. Puro chico Condesa, que se creen cineastas, intelectuales, personajes de series y demás. Muchos alcoholes fluían y venía de aquí para allá. Chicas lindas y vatos guapos. Pareciera que todos eran amigos de todos. Quizá esta pandemia nos vuelva más sociables. En ese lugar comprobé que ahora “la mayoría” quieren salir y tener más experiencias. Ya veremos qué pasa.
Lo que sucedió después fue tonto. Pedimos un Uber desde mi celular y nos dirigíamos a mi casa, cuando en un momento se me hizo sospechosos que ya estuviera dando como muchas vueltas, de “bastante tiempo” para salir del centro, por lo cual lo cuestioné y nos llevó hasta Ingenieros Militares que es la avenida que separa el EdoMex con la CDMX, justo frente al metro Toreo. No recuerdo con exactitud, pues ya para entonces estamos en estados etílicos, pero me bajé a orinar enfrente del Panteón Sanctorum. Fui ahí dónde miré luces rojas y azules y bajaron policías que me subieron inmediatamente a la patrulla, y Jazmín, al ver la acción, fue conmigo. Nos llevaron rumbo a la estación de metro Panteones de la línea azul, en el camino me dijeron que me sacara todo de mis bolsas, a lo cual no me podía negar pues ya he tenido encuentros con la ley y es mejor enseñar que tienes sino te siembran cosa que ni traes. Me quitaron mi celular, mi perfume, que estaba en mi mochila, mi dinero, que eran unos mil pesos, y dejaron mi libro y las medicinas de mi moom. Accedí a que me bajaran todo por el hecho de no dejar a mi sobrina con esos tipos. Yo no confió en ellos ni un tantito. Preferí perder casi siete mil pesos de valor de mis artículos a dejar que me llevarán al Torito por no dejar a Jazmín con ellos, lo material viene y va, pero la seguridad de una persona que quieres no tiene precio.
La enseñanza aquí es, todos tenemos el derecho de salir y pasar un momento agradable. Los policías no tienen el derecho de robarte. El diablo anda suelto en las noches, dice mi mamá, pero nunca me había pasado que por una meada me subieran, me burlaba a los que le pasaba, ahora no me burlo, me indigna que por una falta administrativa te roben cuando uno está en estado de ebriedad. Ni modo, pasa y lo que nos queda como ciudadanos es cuidarnos de los policías, que en realidad es un problema estructural de la institución.
No anoté las placas. No los miré a la cara, pues traen cubre bocas. Lo que debemos hacer cuando subamos a un taxi es tomar foto de la placa y de su tarjeta de identificación y mandarlas a alguien de confianza, por si pasa algo extraño ellos ya tengan datos. Con los policías no sé qué decir. Ellos intimidan y son abusivos. Eso es tema de otra crónica.
Mientras, salud y agradezco que no le pasó nada a mi sobrina y a mí. Perdí. Por idiota, y ellos abusan de la vulnerabilidad de los ciudadanos.
Enciendo YouTube y me relajo, después de recordar la mierda de autoridad que tenemos. Seleccionó Fuk da Police de N.W.A y les pinto dedo en mi imaginación. La meada más cara de mi vida. Shit.