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Era un lugar amplio.

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COLUMNA SEMANAL, Recuerdos van, recuerdos vienen 

POR: Carlos Raúl Martínez

07/11/2020

Hay lugares donde, sólo de acordarse de ellos, se le enchina a uno la piel, por los momentos tétricos que se vivió en ellos. A las orillas de Valle de Chalco estaba ubicada la imprenta y oficinas de InfOriente de México, periódico del oriente del Estado de México y en el que trabajé como reportero, corrector y editor, todo al mismo tiempo. El lugar era amplio, con techo de lámina de asbesto. Las oficinas estaban en el primer piso y abajo había un cuarto donde estaba la bomba de agua y en el cual nunca entré, porque no me daba buena vibra, pues sentía nervios tan sólo al pasar frente a él.

 Por ahí de 2012, recuerdo que estaba revisando unas planas en la computadora, en la oficina principal del inmueble. A mis espaldas estaba la contadora y al lado izquierdo estaba sentado el diseñador del periódico. En un momento dado, estaba muy concentrado en mi labor y sentí como alguien me tocaba el hombro derecho con fuerza. No hice caso, pero no pasaron ni dos segundos cuando me volvieron a tirar del mismo hombro, por lo que dije en voz alta, "ya, Chingá". Entonces, al voltear hacia ese lado, alcancé a ver una túnica blanca que ondulaba. Obviamente, esto me estremeció mucho, pero fue mayor mi miedo, porque inmediatamente todo se empezó a mover y sólo escuché decir a la contadora que estaba temblando, por lo que bajamos de inmediato. Yo me quedé pensando sobre lo que había ocurrido y quise darle la explicación de que algún ser querido me quiso prevenir sobre el temblor, hasta ahí. Sin embargo, en otra ocasión, cuando estábamos empacando y subiendo un material impreso a una camioneta, mientras la imprenta seguía trabajando al cien, me tocó subir unos paquetes al auto y vi claramente como un chavo de unos 12 años se asomó por la ventana de enfrente, con una sonrisa que daba miedo, y mentalmente le espeté que se fuera a molestar a otro lado. En ese instante la imprenta se detuvo como si le hubieran puesto el freno de mano y me eché para atrás, entonces, le dije que se tranquilizara a quien fuera, que sólo bromeaba, acto seguido la imprenta volvió a funcionar, pero al voltear hacia el frente de la camioneta, vi como un niño de cinco o seis años jugaba moviendo el volante, dirigí la mirada hacia otro lado y al regresarla hacia el frente, ya no había nadie.

 La última vez que tuve una experiencia de este tipo en el local fue una noche en que teníamos que cerrar la imprenta. Como mencioné anteriormente, el lugar era amplio, pero cuando oscurecía era como la boca del lobo, no se veía nada. Aquella ocasión me tocó poner la alarma y, como saben, sólo se tiene un minuto o menos para activarla. Como no se veía nada, sólo alcancé a digitar la clave y mi compañero me alumbró el camino hacia la salida, de lejos. Casi corriendo llegué a la puerta, pero antes de cerrar, vi a un señor sonriendo frente a mí y quien no me dejaba cerrarla, por lo que dije: "ya cabrón", e inmediatamente azoté la puerta y esto asustó a mi compañero, quien me reclamó por cerrarla con fuerza.

 De ahí en fuera, antes de entrar o salir del lugar acostumbré a rezar y ya no me volvió a suceder nada, pero estos acontecimientos los tengo grabados en mi mente y aún me estremezco al recordarlos...

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