'Es estudiante de Comunicación y Periodismo en la UNAM.
Cuenta con facilidad para la locución, maneja una buena ortografía, es hábil con las redes sociales (especialmente Instagram y Tiktok) y tiene gusto por la fotografía artística y documental.
Guionista, productora,
voz administradora web de Radiograma.
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CIMARRÓN 000
Silvestre como siempre


El gran sonido del caracol

COLUMNA RECUERDOS VAN, RECUERDOS VIENEN
POR CARLOS RAÚL MARTÍNEZ
14/10/2020
Hace algunos años, cuando trabajaba en la papelería de mi padre (qepd), en la Colonia Anáhuac, hacía compras de material en el Centro Histórico, en la calle de Correo Mayor, pero algunas veces también asistía a la librería Porrúa, en Donceles, para adquirir algunos ejemplares de diversas materias que pedían en especial los clientes.
En múltiples ocasiones, antes de llegar a dicho negocio, pasé por delante del Templo Mayor y en los linderos del mismo había, y hay hasta la fecha, danzantes y personajes que hacían limpias, algo colorido y motivador para todos aquellos que gustamos de nuestras raíces culturales.
En una de esas ocasiones que le hicieron un pedido a mi señor Padre, me tocó ir nuevamente al centro y me sucedió algo curioso: Al escuchar el sonido del caracol, el cual alguien hizo cantar: Tuuuuuuuuuuuuu, tuuuuuuu, tuuuuuuuu, un escalofrío me recorrió la espina dorsal y me hizo erguirme, como si hubiera escuchado un grito de guerra. Fue un momento único, como si me hubiera trasladado a la época de la gran Tenochtitlan y con lanza y escudo en mano, tal cual mexica, estuviera listo para el combate.
Pasaron los años y, como les comenté anteriormente, me tocó hacer prácticas en la sección El Universal en La Cultura, con Paco Ignacio Taibo I y Gerardo Mendoza. Una de las órdenes que me tocó cubrir fue un concierto de música electrónica y prehispánica, de Jorge Reyes (qepd), en una iglesia de la calle de Puebla, cerca del metro Insurgentes. Sinceramente la combinación o fusión musical me pareció un tanto loca cuando la leí, pero tenía que cumplir.
Al llegar, me quedé asombrado, porque el recinto estaba hueco. Sí, tenía un techo a una altura de unos 10 metros y se vio a leguas que quitaron las bancas donde la gente se sienta para escuchar misa, lo que hizo ver más grande el lugar, por el espacio abierto.
Pero lo verdaderamente sorprendente fue que al frente de todo el lugar, sólo había una persona, que en el momento conectaba una grabadora, nada más.
Pasaron unos minutos y a la hora indicada que daría inicio el evento, de repente, sin previo aviso, se apagaron las luces de la iglesia y todo quedó en penumbra; los ventanales apenas y dejaban pasar algunos rayos de la luna, por lo que fueron segundos de incertidumbre, hasta que, al frente, alguien encendió incienso en una copa; la llama era roja y de inmediato el lugar quedó bañado con el aroma del mismo y fue cuando, en medio de la oscuridad, alguien hizo sonar un caracol, lo que a más de uno nos tocó la fibras prehispánicas más sensibles y exclamamos con emoción un: ¡ahhhhh!, invadidos por la magia que, de nueva cuenta en lo personal, me trasladó a la época de la gran pirámide, en el mismísimo ombligo del mundo, como llamaban los aztecas al Templo Mayor. Lo que siguió después fue una serie de melodías que combinaban la música electrónica y prehispánica, interpretada enormemente por Jorge Reyes, un maestro en la materia, y aderezada por un grupo de danzantes, quienes al final hicieron limpias a quien así lo requirieron. Todo un espectáculo, y sí, quién iba a decirlo, en una iglesia.
Y todo esto me hizo recordar al Templo Mayor, un lugar que aún guarda miles de misterios de una civilización que reinó en gran parte del Continente Americano; de una raza como la mexica, que después de deambular por décadas, se instalaron en unas tierras insalubres, y tras descubrir al águila real sobre un nopal devorando una serpiente, levantaron lo inimaginable y fueron los amos de la región.
Por este par de experiencias mágicas, cada vez que puedo, asisto a este lugar y quedo maravillado con los restos que están en pie de un sitio que alguna vez fue algo maravilloso, y si a esto le añadimos que llegue a escuchar nuevamente el sonido del caracol, qué mejor…




